Un científico, un maestrillo de escuela y actor,

un bailarín y licorero, el profesor, y yo.

Nos asomamos a un balcón y, ahí abajo, esos seres que fuimos,

un desfile de datos no escritos -la piel no se escribe-

aparentemente inservibles pero no olvidados.

Eliminado el decorado y extraídos de su entorno -una fábrica de coches, un ballet nacional, una escuela, un taller de marionetas o un laboratorio de universidad-, trasladados a un escenario

y vistos ahora desde la barrera,

diseccionados ante el patio de butacas,

estos personajes no son más que productos atónitos de ALGO

-llamémosle historia, cultura, familia, tiempo-

que no han podido o no han sabido controlar.

¡Y que se les ha ido de las manos!

​

-Voy a un café a leer el periódico y vuelvo a escuchar a Simon & Garfunkel, Mrs Robinson, como hace ¿20, 30 años? Para mí, una canción del verano. Y en este último verano, yo ahí, bailando con las moscas.

¿Qué podemos hacer, profesor? Por un lado hay que buscar una estabilidad para mantener un equipo y por otro lado luchar denodadamente contra ese estatus de estabilidad para mantener el espíritu creativo. ¿Se puede vivir en ese equilibrio? ¿Es posible mantener esa tensión? ¡Que revienten los artistas!

-No, coño, ¡que revienten los profesionales!

-La pintura ha muerto y el teatro está en crisis.

-Si está en crisis, sólo queda transformarlo en una experiencia vital.

-¿Y esto puede suceder aquí? ¿Podemos actuar aquí?

-Sí, cualquier espacio puede ser un espacio teatral, incluso un teatro. Si hay espectadores y estamos nosotros el teatro puede suceder en cualquier parte.

-Si está en crisis es por la confusión que hay entre teatro y literatura. Una cosa es la acción del texto y otra la acción de la escena; que quede claro. ¡El teatro no es la literatura!, ya lo dijo Kantor. El problema es que lo dijo hace muchos años, y seguimos en las mismas.

En mayo de 2006, visité la nueva librería de la revista Artez en Bilbao. Mientras hablaba con los amigos de Artez, miraba de reojo las estanterías; en una e ellas se destacaba una portada con el perfil de Kantor sobre fondo negro, con los rasgos muy marcados, como los rostros de sus personajes.

Antes de despedirme, me dirigí a la estantería en busca de aquella portada; era la revista argentina “Teatro, Truenos & Misterios”, que en su número 31 de primavera-verano de 2005 publicó un monográfico sobre Tadeusz Kantor: “El teatro soy yo”. No estaba a la venta. Sólo tenían un par de ejemplares.

Como archivo todo lo que voy encontrando sobre Kantor (libros, programas de exposiciones, notas de prensa) pedí que me hicieran unas fotocopias de la revista, y entonces Carlos Gil, el director, me regaló uno de los ejemplares.

Y allí encuentro la transcripción de una conferencia publicada por primera vez en el nº 1 de otra revista argentina, “Teatro Vivo”, donde se recoge un encuentro con actores que tuvo Kantor la única vez que presentó su teatro en Argentina, en Buenos Aires, en septiembre de 1984: “el jueves 27 a las 10 de la mañana, Kantor realizó una conferencia para algunos actores (los que se enteraron)”.

En ese encuentro caótico se habla de libertad, de actores profesionales, de teatros oficiales, de las influencias en el arte, de la necesidad de mirar alrededor, de la experimentación como charlatanería, del gusto por los actores y el disgusto ante el teatro. Se habla a gritos, hay risas, contradicciones, abucheos. Y muchas preguntas.

​Ana Vallés